El ser humano tiende a obcecarse en deseos e ideas en los que sólo ve sus virtudes y bondades, padeciendo una miopía recurrente a lo largo de toda su vida. En el caso de las adopciones, la voluntad de dar amor y protección a un niño frágil y abandonado impulsa fervientemente a ello sin más dilación. Pero esto no es cosa de dos: Un niño con una vida anterior, con una cultura o idioma distinto, y con unos anhelos y aspiraciones diferentes a los que sus nuevos padres han planeado para él, tiene derecho a opinar y decidir sobre su vida, sobre una vida que muchas veces se le es impuesta sin preguntar y que no desean.
La adopción requiere cualidades como la paciencia, la empatía, la tolerancia o la comprensión, todas ellas necesarias para la educación de cualquier hijo, pero con más insistencia, si cabe, para la educación de uno adoptivo. La falta de estas virtudes lleva a situaciones de abandono como las acontecidas en Cataluña en la última década, que demuestran la irresponsabilidad y el egoísmo de padres que pretenden adoptar un hijo como quien juega a los muñecos, y que ante la más mínima adversidad, devuelven a sus hijos como si de una prenda se tratase.
Resulta doloroso pensar que cuando un hijo biológico es rebelde nadie se plantea abandonarle, sino que sus progenitores hacen todo lo posible por ayudarle y solucionar la situación, mientras que al más mínimo síntoma de insurrección en un niño adoptado es devuelto sin contemplación. Y aún resulta más deprimente pensar que algunos de esos padres culparán a los niños de su fracaso y volverán a intentarlo con la posibilidad de destrozar las ilusiones de otro pequeño.
Por suerte estas situaciones son minoritarias y la mayoría de los niños adoptados viven felices en hogares llenos de cariño y comprensión, y aunque algunos estudiosos aseguren un aumento de los abandonos con estas características en un futuro, la esperanza en la madurez de la sociedad, en una mayor regulación de las adopciones y en un incremento de la información y la preparación de los padres, es lo último que se pierde.
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