El sangriento asedio a la ciudad siria de Homs, llevado a cabo por los militares de Bachar el Asad, está lejos de retroceder y dejar paso a las reformas democráticas. El camino que atraviesa Siria, en su particular Primavera Árabe, se está convirtiendo en una cuasi guerra civil, en la cual las potencias mundiales, y la ONU como actor principal, no se deciden a intervenir. Muchas reuniones van ya del Consejo de Seguridad de este órgano, supuesto protector de la paz mundial, y se han llegado a escasas y estériles resoluciones.
El bloque occidental, como gran medida, ha optado por sacar a sus diplomáticos del territorio sirio. Más parece un acto de protección del compatriota que un intento de ayuda. La Liga Árabe condena cada día las matanzas que se llevan a cabo con total impunidad internacional sobre los que, el régimen sirio, considera “bandas de terroristas”. Por su parte, Rusia y China (asfixiantes sistemas supuestamente considerados democráticos por la comunidad internacional), reconvertidas en potencias éticas y morales que buscan no entrometerse en los problemas ajenos, instan al gobierno sirio a aceptar el camino hacia la democracia que su pueblo le pide.
Y en medio de todas estas reuniones internacionales, de esos discursos de oposición completa hacia la alarmante situación, parece que a todos los presentes se les olvida que están muriendo cientos de personas cada día. No sólo mueren supuestos terroristas, que no son más que seres humanos luchando por sus derechos, ni soldados sirios fieles a su líder. Mueren civiles que de repente se han encontrado sin un techo bajo el que dormir, sin comida que dar a sus hijos. Gente, almas, humanos que están siendo asediados, bombardeados y tiroteados día sí, día también, por Bachar el Asad.
Mientras la ONU se entretiene con sus debates y sus votaciones, que no llevan a ningún lugar, el pueblo sirio se desangra gota a gota. La condena internacional de sus acciones no hará retroceder al ejército, las armas que EE.UU. pretende dar a los rebeldes no conseguirá que el conflicto acabe, retirar a los embajadores occidentales del país no hará que el Asad deje de mancharse las manos con la sangre de los que él considera sus hijos.
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