Que en Latinoamérica se vive una guerra abierta contra el narcotráfico no es nada novedoso. Tampoco lo es que esta lucha sea tan tremendamente desigual, hasta el punto de que más que guerra, o lucha, parece un paseo de los contrabandistas por distintos países sudamericanos. El caciquismo con el que los cárteles asesinan, trafican, invaden y atemorizan a poblaciones enteras es desmesurado. No debe pasarse por alto el hecho de que estos comportamientos están, de alguna manera, permitidos por los dirigentes, ya que su total ineficiencia, su deliberada mano blanda inicial con los narcotraficantes, que reportaban mucho dinero al país, y la falta de recursos los ponen contra las cuerdas una vez tras otra.
“¿Cómo salimos de esta situación?”, se preguntó el presidente de Guatemala, Otto Pérez. “Legalizaré las drogas”, se dijo. Puede parecer ésta una decisión acertada pero nada más lejos de la realidad. Si bien es cierto que podría, de algún modo, reducir las tasas de criminalidad de Guatemala (en 2009 rozaban cotas de 16 crímenes violentos diarios), lo que seguro no pasará es que el consumo de drogas disminuirá y éste es el principal problema.
Si los humanos dejan de autodestruirse a sí mismos, los cárteles y los narcotraficantes dejarán de tener poder. Si los norteamericanos y los europeos dejamos de demandar, pues somos los mayores consumidores, drogas del sur de América, éstas dejarán de llegar. Si los niños de México, Guatemala, El Salvador y demás países estuvieran convenientemente escolarizados no andarían por la calle buscándose la vida en ese peligroso mundo. Pero obviamente responsabilizar a la población en el no consumo o emprender leyes sociales son tareas mucho más complicadas, resulta más simple aprobar una ley que dé legalidad a estas sustancias, eso está claro.
Si el señor Otto Pérez busca atacar al narcotráfico, si busca reducir las muertes, la inseguridad y la violencia debería emprender un camino que, aunque más duro y más difícil, fuera más viable y saludable para la población, como es la inversión en personas, en educación, en civismo, en respeto a lo propio y a lo ajeno. “Legalizar las drogas” suena bien, a un mundo sin leyes, a un mundo donde todos podemos elegir qué queremos hacer con nuestra vida y qué no. Esa es la gran mentira que quieren vender. Legalizar las drogas es hacer que ganen los narcos, es darles lo que quieren, es legalizar su negocio y, con casi total seguridad, aumentarlo. ¿Reportará seguridad? En un país donde el consumo de drogas es libre, la población es esclava de su negocio, de su tremendo poder y de la desmesurada creación de riqueza. No todo es la legalización, sino también la regularización.
El terror que se vive en Sudamérica es tal que sus gobernantes llegan a determinados puntos de inflexión, de reflexión, donde creen encontrar la solución a todos los problemas de su nación. Legalizar las drogas en Guatemala, en particular, y en el resto de Latinoamérica, en general, es un punto de no retorno para todos y cada uno de los habitantes de este planeta. Legalizar las drogas nunca debió ser una opción y mucho menos una salida. De las guerras se sale luchando y Guatemala, México y Latinoamérica han de luchar por sus principios y por sus gentes, no se dejen vencer tan deprisa.
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